En los talleres casi siempre hacemos alguna dinámica que nos ayude a cambiar la perspectiva o el punto de vista con que vemos o pensamos las cosas. Hoy quiero aportar el punto de vista del clown ante los errores.
Un pensamiento que a menudo nos acompaña es el de la necesidad de ser perfectos, de hacer las cosas correctamente, de quedar bien ante los demás y ante nosotros mismos. Esta necesidad puede llegar a ser tan acuciante que llegamos a vivir los errores como fracasos, con vergüenza y un gran sentimiento de hacer el ridículo. Y, en realidad, ¿qué es hacer el ridículo? No es algo objetivo como comer y dormir. Más bien es algo que ocurre si nosotros lo permitimos, depende de nuestra manera de pensar y de la gentileza con la que nos tratemos. Por ejemplo, un resbalón en la calle puede hacernos sentir vergüenza-además del posible dolor físico- o en cambio hacernos a nosotros mismos más gracia que a nadie y provocar nuestra sonrisa y hasta la risa, sin el menor asomo de sentimiento de ridículo. Realmente no deberíamos decir hacer el ridículo sino pensar el ridículo.
En un curso de clown aprendí que el payaso nunca se equivoca y, si lo hace, incorpora su error al show como parte de la representación. Así, tropezarse, caerse, equivocarse, trabarse, tartamudear, dejar caer un objeto, y todo lo que se os pueda ocurrir, puede formar parte de la actuación aunque no estuviese planeado, porque la vida es así, y equivocarse y cometer errores es parte normal de nuestra existencia.
Cuando ponemos interés y ganas, cuando hacemos las cosas lo mejor que podemos, ¿vamos a reprocharnos una y otra vez por lo que hicimos mal o no tan bien, por las veces que metimos la pata, por lo que hicimos o dejamos de hacer, etc.?
Más bien lo que necesitamos es darnos un abrazo, rectificar en lo que podamos y seguir adelante, asumiendo, con una sonrisa, que nuestro error también es parte del show, parte de la representación de tantos guiones no escritos que nos toca vivir.