Puede ser que pensamos que lo normal es que la gente cumpla con sus promesas, se ocupe de los demás, sea justa y comprensiva, mantenga el contacto, acuda en nuestra ayuda o se dé cuenta, sin nosotros decirlo, de cómo nos sentimos.
Yo estoy empezando a ser consciente (con esto quiero decir que todavía me cuesta) que eso no es lo normal, sino lo extraordinario. Quiero decir que pienso que los seres humanos somos seres falibles, no mantenemos las promesas que hacemos, perdemos el contacto con los amigos, olvidamos cuidar a los que tenemos cerca y buscamos de alguna forma el protagonismo y el amor gratuito de los demás sin preocuparnos de ganarlo o merecerlo. Y si miramos a los que dirigen el mundo, vemos que en más de una ocasión (¡miles!) se comportan con extrema idiotez dictando leyes injustas que no benefician a las personas ni a las comunidades.
¿Estoy siendo negativa? Yo creo que estoy siendo realista y práctica. Porque si tomo esta perspectiva, es decir, si creo que el ser humano por naturaleza se desenvuelve con esta torpeza y dejadez (y en realidad no hay más que echar un vistazo al mundo), dejaré de darme de cabezazos contra la pared si quien promete llamarme no lo hace, si mis amigos no mantienen el contacto, o constato una y otra vez que el poder del dinero rige el mundo y no la justicia o el bien general. Es decir, me ahorraré mucha infelicidad.
Habla Wayne W. Dyer en su libro “Tus zonas erróneas” (muy recomendable de leer) de la trampa de la justicia. Dice que la justicia no existe y que nunca existirá, y que cuando la buscamos y no la conseguimos esto genera gran enfado, ansiedad y frustración. Podemos escoger ser felices o desgraciados pero sin dejarnos influenciar por la continua falta de justicia que vemos a nuestro alrededor (incluida la nuestra). Citando a Dyer textualmente; “El concepto de justicia es un concepto externo; una manera de evitar el hacerte cargo de tu propia vida. En vez de pensar que las cosas son injustas, puedes decidir lo que realmente quieres y ponerte a buscar los modos para lograrlo, independientemente de lo que el resto del mundo quiere o hace”.
Es por esto que sería interesante dejar de pre-ocuparnos de si la gente hace lo que pensamos que es lo normal (que realmente no lo es) y nos ocupamos nosotros de hacer lo extra-ordinario. Quizás así, y fijándonos en lo que otras extraordinarias personas hicieron por la evolución de este mundo, podamos añadir nuestro grano de arena y contagiar a los demás de algo diferente, especial y, ciertamente, nada normal. Y os animo a hacerlo con una sonrisa, a ser posible con una risa, contagiosa, serena, que surja del fondo del corazón. Es cuestión de práctica.
Escrito por María