Oigo llover y un fuerte viento que sacude el toldo que olvidé recoger. Son las cinco de la mañana, y respiro tranquila, aceptando que quizás hoy no podremos cumplir el programa donde se lee que Elizabeth y yo firmaremos libros a las 12:00.
Tantas veces que imaginé esa escena: el cuento publicado y yo firmando en la feria del libro de Jaca. Ayer vi mi libro expuesto en las casetas, entre otros tantos que poco o nada tienen que ver con él. Lo que escribo yo difícilmente se encuadra en un género. ¿Autoayuda para adultos y niños en formato de cuento ilustrado? No he encontrado nada similar en el mercado, pero quizás lo haya.
Yo creo que escribo sobre mí y trato de utilizar imágenes que ayuden a los demás y a mí misma a entender y gestionar lo que me pasa para estar mejor. Pero sé que, en el fondo, escribo para todos nosotros. ¿Quién no tiene dolor, lo ha tenido o lo ve a su alrededor?
En este camino recorrido he aprendido a aceptar incondicionalmente el presente. Me funciona de cine para la mayor parte de las situaciones a las que me enfrento y esto por esto que tengo más paz y vivo la vida en otro tempo. He superado la impaciencia y mi “alta tolerancia a la frustración” se ha transformado en completa aceptación de “lo que toca” en cada momento.
Así que si llueve, llueve. Si se cancela el acto, se cancela. Si se puede hacer, se hace, y si no, no se hace. Después de todo, se trata de utilizar el sentido común. ¿Voy a quejarme, tirarme de los pelos, protestar, guerrear contra lo que es? Esto sería añadir sufrimiento a una situación que, de por sí es neutra. No quiero pintarla de tonos grises. Quiero que mi estado de ánimo hoy sea un arco iris y eso depende mayormente de mí. Fluyo, voy a favor de la corriente o del viento, en este caso.
¿Hablo sólo de la lluvia? No, claro. Este argumentario también se puede aplicar a la escapada de mi hijo ayer, que estuvo ausente más de dos horas en paradero desconocido. Aparte de dar aviso a la policía local, poco más pude hacer que esperar y confiar. Añadir sufrimiento a la espera no mejora la situación, no soluciona nada. Enfadarme tampoco. A los dos nos ayuda la paz y la serenidad, tanto para el tiempo de espera como para preparar el reencuentro.
Amar lo que es, dice mi maestra Byron Katie. Seguro que algún día podré calmar los últimos retazos de mi alma que aún se alborotan y alteran cuando las cosas no son como yo quiero que sean.
E insisto: aceptación no es sinónimo de resignación. La aceptación te sitúa en un estado mental de paz que te permite afrontar los cambios desde la serenidad y la consciencia. Quiero actuar pero no quiero estar en guerra. La resignación se conforma con lo que hay y se acomoda, adoptando un cierto aire de mártir que impregna todo de tristeza y malestar.
Parece que ha dejado de llover y se ha calmado el viento. Dulce silencio.
Ha salido el sol.
Escrito por María
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