MI HIJA ES HIPERACTIVA, ¿QUIÉN ME AYUDA?
Detrás de un niño con problemas hay casi siempre una familia
angustiada.
“Mi hija ha sido diagnosticada con un TDAH (Trastorno de
Déficit de Atención e Hiperactividad). Tiene también retraso del lenguaje y
dificultad para memorizar contenidos curriculares básicos como, por ejemplo,
las tablas de multiplicar”, me dice una madre preocupada.
Primero escucho con atención. Nunca hay sólo escenario de
conflicto. Siempre hay varios focos de malestar y es importante detectarlos
para abordar el problema desde varias posiciones.
Una niña movida que no está a la altura de lo que el sistema
educativo espera de ella o a la que le cuesta articular bien algunas palabras
no es una situación problemática en sí misma. La fuente de desasosiego aparece
cuando se compara a la niña con los demás críos de su edad y se asume que “no
da la talla” según los estándares marcados. Al no aceptar a la niña tal y como
es surge inevitablemente la “exigencia de hacerla igual o parecida a los otros”
por parte de las personas involucradas en su educación. Al mismo tiempo que la
exigencia, pensamientos del tipo “¿Lo estaremos haciendo bien?” “¿Nos está
tomando el pelo”, ” Puede pero no quiere, es muy vaga”, empiezan a poblar la
cabeza de los adultos responsables de su “educación”.
¿A dónde nos conduce este planteamiento?
-
Se dirige toda la atención hacia lo que la
criatura no puede hacer, olvidando los muchos otros talentos e inteligencias
que posee. Como consecuencia, el niño va viendo disminuido su valor como
persona, el cual es intrínseco a su condición de ser humano y no tiene nada que
ver con lo que sabe o no sabe hacer. No se aprecia a sí mismo, no se quiere, se
compara con los demás limitando sus propias capacidades. Puede llegar a
desarrollar conductas disruptivas para llamar la atención y ser alguien en el
aula o en casa. Una niña o un niño llamados a vivir su infancia despreocupada y juguetonamente acaban inmersos en una pesadilla en la que se
les presiona y se les pide algo que no pueden dar. Se genera mucha culpa,
miedo, ansiedad, autodesprecio…
-
Los adultos presentes – tanto familiares como
profesionales de la educación- saben, en
lo más profundo de su corazón que algo no va bien, pero la educación recibida,
la presión social y escolar no permiten conectar con esa sabiduría interior.
Unos lo sienten con más fuerza que otros, pero en conjunto, se vive como una
disonancia cognitiva. ¿Qué quiere decir esto? No estoy actuando en consonancia con
lo que siento y pienso. Sentir, pensar y hacer van por diferentes caminos. Esto
crea al adulto una profunda infelicidad, un sentimiento de culpabilidad que se
transmite al niño de diversas maneras. Acabamos castigando al pequeño porque
nos sentimos mal. En un ambiente de paz y armonía realmente no hace falta
ningún castigo. Una vez que se reflexiona sobre las normas de convivencia y se
dialoga sobre los conflictos tantas veces como sea necesario, las consecuencias
de nuestras acciones nos enseñan todo lo que necesitamos saber.
¿Qué podemos hacer los adultos?
-
Soltar las exigencias, renunciar a tener el
control, aceptar la situación tal y como es. Respirar profundamente y
relajarnos.
-
Hacer consciente al niño o niña de su enorme e
infinito valor como persona, independientemente de sus capacidades o
discapacidades. Todos tenemos múltiples inteligencias, somos buenos en unas
cosas y en otras no, y eso está perfectamente bien. Nuestro valor personal no
depende de eso. Todos somos especiales y las comparaciones sobran. Hacemos las
cosas lo mejor que podemos.
-
No utilizar el refuerzo positivo ni el castigo
como instrumentos para controlar. Mostrar aprecio genuino por lo que hace,
dice, piensa el niño o la niña si así se siente. Si no, estamos educando para
que ellos busquen constantemente la aceptación y el amor de los demás. “Si hago
esto o digo aquello me querrán”. Eso no es educar para la libertad o la
felicidad. El valor de las demás personas no depende de que a mí me guste o
disguste lo que hacen.
-
Potenciar y valorar lo que el niño sabe, quiere
y se le da bien hacer.
-
Asumir nuestros propios errores y los de los
demás como parte del juego de la vida e incorporarlos a nuestro currículum para
aprender a hacer las cosas mejor. La culpabilidad es inútil y sólo lleva al
malestar propio y ajeno. Deshaceos de la culpabilidad.
-
Proporcionar instrumentos para superar las áreas
de dificultad de una manera más lúdica. Hay calculadoras, ordenadores, música, canciones,
etc. Si nos quedamos detenidos en las tablas nos perdemos una infinidad de
conocimientos que pueden ser un puente hacia lo que más cuesta. Si los libros
no atraen, se puede hacer un karaoke y leer canciones de moda hasta aprenderlas
de memoria. En la tele se pueden ver los dibujos animados en inglés. En fin, en
el momento en que los adultos se relajen, se les ocurrirán infinitas
posibilidades mucho más divertidas que machacar a los niños con un sinfín de
fichas aburridas.
-
Ampliar nuestro propio mapa mental y el de los
peques. ¿Cómo? Mirando la realidad desde distintos puntos de vista,
relativizando, aprendiendo cómo se hacen las cosas en otros sitios, observando
- sin juzgar - el comportamiento propio y ajeno… En fin, tomándonos un poco
menos en serio y aprovechando todos los momentos que podamos para jugar y reír.
Por ellos y por nosotros. Adultos que creen en sí mismos y que se valoran son el mejor ejemplo y estímulo para un niño o
niña con problemas. ¡La felicidad es
contagiosa! ¿A qué esperas?
Escrito por María
Escrito por María
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