LA PARÁBOLA DEL TENDEDOR
Las cuerdas de mi tendedor terminaron de romperse el año
pasado. Lo había comprado hace seis años y casi nunca me acordaba de recogerlas.
Es un tendedor de esos que se colocan en un lado de la pared y en el otro lado
van los anclajes. Las pobres cuerdas tuvieron que resistir días, meses, años de
lluvia, sol, nieve y viento. Las dejé expuestas a todo lo que se les venía
encima y, una a una, se fueron rompiendo.
El día que se rompió la última, me quedé mirando la pobre
cuerdas rota, caída sobre el suelo, y no puede evitar pensar que aquello
parecía una metáfora de mi propia vida. Una buena estructura y excelentes
anclajes, pero años de permanecer expuesta a todo lo que se me venía encima. Años
de justificar tormentas de arena en nombre del amor y del perdón; soportando
huracanes e inundaciones porque la
paciencia todo lo alcanza; cerrando los ojos ante granizadas que se me venían
encima pensando que si las ignoraba desaparecerían las abolladuras y los
moratones del alma.
En silencio contemplé la última cuerda rota, deshecha
porque yo no supe protegerla a tiempo. Hubiera sido tan fácil usar y guardar, servir y recoger, estar disponible y saber
retirarse a tiempo para conectarse a la fuente, al origen…
Llevo sin escribir desde mayo del año pasado. Pasé por el
quirófano entonces y me ha tocado volver a pasar este año, por otras razones,
con otras consecuencias. Mis “cuerdas rotas” me han dado tiempo para estar
conmigo misma, para recogerme. Tengo todavía mucho camino por delante para
mimar mi cuerpo y darle la atención que necesita para que se recupere. A veces me come la impaciencia, pero la
consciencia de mi eternidad me devuelve la paz y la presencia.
Me olvidé de los gurús, libros guía o metodologías de sanación.
Todos los maestros me han llevado de la mano hasta mi interior y es así donde,
en presencia consciente y en quietud, tengo paz. Cierto que el camino es arduo
y me tropiezo cada dos por tres, pero ya no quedo tan expuesta a las inclemencias
del tiempo. Si hace falta sacar el paraguas, se saca. Y si es necesario cambiar
de camino y escoger otros compañeros de viaje, se hace. Todos lo estamos
haciendo lo mejor que podemos.
No soy “manitas”, pero los agujeros del tendedero estaban
hechos, así que sólo tuve que ir y
comprar otro, con sus cuerdas nuevecitas. Lo coloqué yo sola y, bastante
orgullosa de mi hazaña, agradecí en silencio el aprendizaje.
Ahora tengo cuidado y recojo las cuerdas después de
usarlas. Bueno, alguna vez se me olvida, pero pocas, cada vez menos. Y no os engañéis:
el sol las desgasta tanto como el viento y la lluvia.
Escrito por María, Consciencia en movimiento.
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